La doctrina inflacionista o expansionista se presenta con diversas variantes, pero su contenido esencial permanece siempre el mismo.
La versión más antigua e ingenua es la que pretende que la provisión de moneda es insuficiente. Los negocios andan mal, declara el tendero, porque mis clientes carecen de dinero suficiente para extender sus compras. Hasta aquí tiene razón, pero cuando agrega que lo que se necesita para que su negocio sea más próspero es aumentar la cantidad de moneda en circulación, se equivoca. Lo que realmente desea es que aumente la cantidad de dinero que se encuentra en los bolsillos de sus clientes y posibles clientes, en tanto que la cantidad en poder de otras personas siga sin variación. Lo que solicita es una clase determinada de inflación, en la cual el dinero adicional creado fluya, en primer término, hacia un grupo determinado de personas, o sea de sus clientes y le permita, consiguientemente, cosechar beneficios debidos a la inflación. Es innecesario señalar que todos los que preconiza la inflación lo hacen porque suponen que se encontrarán entre los favorecidos por el hecho de que los precios de las mercancías y servicios que venden se elevarán más pronto y hasta un punto más alto que los precios de las mercancías y servicios que compran. Nadie aboga por una inflación en que se encontraría del lado perdidos.
Esta espuria filosofía de tendero fue refutada para siempre por Adam Smith y Jean-Baptist Say. En nuestros días ha sido revivida por Lord Keynes y bajo el nombre de doctrina de la ocupación plena constituye una de las normas de acción básicas de todos los gobiernos que no se encuentran completamente sometidos a los soviets. A pesar de ello, Keynes fue incapaz de presentar un argumento sostenible en contra de la ley de Say. Tampoco sus discípulos ni las multitudes de economistas, falsos y de otras clases, que hay en las oficinas de los distintos gobiernos, de las Naciones Unidas y de varios otros negociados nacionales e internacionales, han tenido mejor éxito. Aunque ostentan nuevo ropaje, las falacias implícitas en la doctrina keynesiana de la ocupación plena son esencialmente los mismos errores que Smith y Say demolieron hace mucho.
Las tasas de salarios son un fenómeno del mercado, son los precios que se cubren por una cantidad determinada de trabajo, de una determinada calidad. Si in hombre no puede vender su trabajo al precio que le agradaría recibir por él, tendrá que reducir el precio que solicita o que permanecer sin empleo. Si el gobierno o los sindicatos obreros fijan las tasas de los salarios a una altura superior a la tasa potencial de un mercado de trabajo que funcione sin trabas y si hacen cumplir su decreto sobre dicho precio mínimo mediante la compulsión y la coacción, cierto número de quienes deseaban encontrar empleos quedarán sin trabajo. Este desempleo institucional constituye el resultado inevitable de los métodos que aplican los sedicentes gobiernos progresistas de la hora presente. En realidad, es el resultado de medidas que falsamente se ostentan como favorable a los trabajadores. Solamente un camino eficaz existe para elevar las tasas de los salarios reales y para mejorar el nivel de vida de los asalariados: aumentar la proporción per cápita de capital invertidos. Esto es lo que el capitalismo liberal consigue cuando su funcionamiento no lo saboteando el gobierno y los sindicatos obreros.