Lo que más asombra de este argumento es que se hizo valer precisamente en aquellos países deudores para los cuales el funcionamiento del mercado internacional de dinero y de capitales daba por resultado un influjo de fondos del exterior y consiguientemente la aparición de una tendencia a la baja de los tipos de interés. Fue popular en Alemania y todavía más en Austria en los setentas y ochentas del siglo XIX, en tanto que casi nunca se mencionó seriamente por esos años en Inglaterra o en los Países Bajos, cuyos bancos y banqueros prestaban liberalmente a Alemania y Austria. Sólo después de la primera guerra mundial se presentó en Inglaterra, cuando la posición de la Gran Bretaña como centro bancario del mundo había desaparecido.
Sale sobrando señalar que el argumento mismo es insostenible. El fracaso eventual inevitable de cualquier tentativa de expansión crediticia no es resultado del entrelazamiento internacional de las operaciones de crédito. Es imposible sustituir con dinero impuesto por fiat gubernamental y con crédito bancario de circulación los bienes de capital que no existen. Inicialmente, la expansión de crédito puede producir un período de auge. Pero éste forzosamente tiene que terminar en un colapso, en una depresión. Lo que determina los períodos recurrentes de crisis económicas, es precisamente el esfuerzo reiterado de los gobiernos y de los bancos que dependen de ellos, por expandir el crédito, a fin de que los negocios prosperen como consecuencia de bajos tipos de interés.