No es claro lo que quieran decir los autores que hablan de las reglas del juego del patrón oro. Nadie pone en duda, pues es evidente, que el talón oro no puede funcionar satisfactoriamente si comprar o vender o poseer oro es contrario a la ley y si una multitud de jueces, alguaciles y delatores se ocupan activamente de aplicar ésta. Pero el patrón oro no es un juego; es un fenómeno del mercado y, como tal, una institución social. Su mantenimiento no depende de la observancia de ciertas reglas específicas. Lo único que requiere es que el gobierno se abstenga de sabotearlo deliberadamente. Referirse a esta condición como si fuera una regla de un supuesto juego es tan irrazonable como declarar que la conservación de la vida de Pablo depende de que se cumpla con las reglas del juego sobre la vida de Pablo, porque éste ha de morir si alguien le da de puñaladas.
Lo que todos los enemigos del patrón oro desdeñan como su mayor vicio es precisamente lo mismo que, a los ojos de sus partidarios, constituye su virtud primordial, a saber, el hecho de que es incompatible con una política de expansión crediticia.
El núcleo de todas las efusiones de los autores y políticos que son enemigos del oro se encuentra en la falacia expansionista.
La doctrina expansionista no se da cuenta de que el interés, esto es, el descuento que sufren los bienes futuros por comparación a los actuales, constituye una categoría originaria de la valuación humana, que está presente en toda clase de actuación del hombre y es independiente de cualesquiera instituciones oficiales. Los expansionistas no comprenden el hecho de que nunca ha habido ni nunca puede haber seres humanos que atribuyan a la manzana de que dispondrán dentro de un año o dentro de ciento, el mismo valor que conceden a la manzana de que pueden disponer en este momento. En su opinión, el interés es un impedimento a la expansión de la producción y consiguientemente al bienestar humano, que han creado unas instituciones carentes de justificación , con el fin de favorecer los intereses egoístas de los prestamistas de dinero. El interés, según dicen, es el precio que el pueblo ha de pagar por obtener dinero prestado. Su tasa, depende, por lo tanto de la magnitud de la oferta de dinero. Si las leyes no limitaran artificialmente la creación de más dinero, el tipo de interés descendería y llegaría en definitiva a cero. La presión «contraccionista» desaparecería, dejaría de sentirse una escasez de capital y se volvería posible la realización de muchos proyectos de negocios a los que el «restriccionismo» del patrón oro les cierra la puerta. Lo que se necesita para hacer próspero a todo el mundo es sencillamente despreciar «las reglas del juego del patrón oro», cuyo acatamiento constituye la fuente principal de nuestros males económicos.
Estas absurdas doctrinas impresionaron grandemente a los políticos ignorantes y los demagogos cuando se combinan con «slogans» nacionalistas. Lo que impide que nuestro país goce plenamente de las ventajas de una política de bajos tipos de interés, dice el aislacionista económico, es su adhesión al patrón oro. Nuestro banco central se ve obligado a mantener su tasa de descuento en un nivel que corresponde a las condiciones del mercado internacional de dinero y a las tasas de descuento de los bancos centrales del extranjero. Si no lo hiciera, los «especuladores» retirarían fondos de nuestro país para invertirlos a corto plazo en el exterior y la salida de oro que esto ocasionaría, abatiría las reservas en oro de nuestro banco central por abajo de la proporción legal. Si nuestro banco central no estuviera obligado a redimir sus billetes en oro, no ocurriría ese retiro del metal y no sería necesario que ajustara el nivel del tipo de interés a la situación del mercado internacional de capitales, el cual está dominado por el monopolio mundial del oro.