Por supuesto que semejante política de inflacionismo radical es extraordinariamente popular. Pero su popularidad se debe, en gran parte, al concepto erróneo que se tiene de sus efectos. Lo que la gente pide en realidad es un alza en los precios de las mercancías y servicios que vende, a la vez que permanezcan sin variación los precios de las mercancías y servicios que compra. El cultivador de patatas trata de conseguir mayores precios por éstas, pero no desea que suban los de otros artículos. Si estos últimos aumentan con más rapidez o en mayor proporción que el precio de las patatas, saldrá perjudicado. Cuando un político dirige la palabra a un mitin y declara que el gobierno debe adoptar una política que se traduzca en la elevación de los precios, sus oyentes probablemente aplaudirán. Si embargo, cada uno de ellos estará pensando en la elevación de precios diferentes.
Desde tiempo inmemorial se ha aconsejado la inflación como medio de aliviar las cargas de los deudores pobres y meritorios, a expensas de sus acreedores ricos y exigentes. Sin embargo, en el capitalismo, los deudores típicos no lo son los pobres, sino los propietarios acomodados de bienes raíces de negociaciones y de acciones comunes, es decir, gentes que han obtenido préstamos de los bancos comerciales y de ahorros, de las compañías de seguro y de los inversionistas en valores. Los acreedores típicos no lo son los ricos, sino gente de recursos modestos que poseen valores y cuentas de ahorros o que han suscrito pólizas de seguros. Si el hombre común y corriente apoya las medidas contrarias a los acreedores, lo hace porque ignora el hecho de que él mismo es acreedor. La idea de que los millonarios son las víctimas de una moneda de dinero barato constituye una supervivencia atavista.
Para una mentalidad ingenua existe algo milagroso en la emisión de moneda por simple Fiat gubernamental. Basta una palabra mágica del gobierno para crear de la nada una cosa que puede cambiarse contra cualquier mercancía que un hombre puede desear que sea suya. ¡Qué insignificante resulta el arte de los hechiceros, brujos y nigromantes en comparación con el del ministerio del tesoro de un gobierno! Al decir de los profesores, éste «puede hacerse de todo el dinero que necesite con sólo imprimirlo». Los impuestos tendientes a hacerse de recursos se han vuelto «obsoletos», según anunció un presidente del consejo del Banco de la Reserva Federal de Nueva York. ¡Qué maravilla! ¡Y cuánta es la mala fe y misantropía de los empecinados partidarios de la ortodoxia económica de épocas pasadas, que demandan que los gobiernos equilibren sus presupuestos, cubriendo todos los gastos con los ingresos que produzcan los impuestos!