Hasta aquí reinaba la unanimidad entre los defensores de la moneda sana. Pero entonces se suscitó la batalla de los talones. La derrota de quienes estaban a favor de la plata y la impracticabilidad del bimetalismo hicieron que con el tiempo el principio de la moneda sana equivaliera al patrón oro.
Al finalizar el siglo XIX existía unanimidad en todo el mundo, entre los hombres de negocios y los estadistas, en el sentido de que el talón oro era indispensable. Los países en que existía un sistema de moneda de papel sin valor intrínseco, dotada de curso forzoso por el fiat del gobierno, o el patrón plata, consideraban la adopción del talón oro como la meta primordial de su política económica. Ningún caso se hacía a quienes ponían en duda la superioridad del talón oro, pues se les consideraba como extravagantes por los representantes de la doctrina oficial, los profesores, los banqueros, los hombres de Estado, los editores de los grandes diarios y revistas.
Fue un grave error de los partidarios de la moneda sana adoptar semejante táctica. A ninguna ideología debe tratarse en forma sumaria, por disparatada y contradictoria que parezca. Aun una doctrina manifiestamente equivocada debe ser refutada analizándola cuidadosamente y exponiendo las falacias que contiene. Una doctrina fundada únicamente puede salir victoriosa si pone en evidencia los puntos en que se engañan sus adversarios.
Los principios esenciales de la doctrina de la moneda sana eran y son inexpugnables. Pero sus apoyos científicos en las últimas décadas del siglo XIX fueron poco firmes. Los intentos por demostrar que se apegaban a los puntos de vista de la teoría clásica del valor no resultaron convincentes y perdieron todo sentido cuando este concepto del valor hubo de desecharse. Sin embargo, los campeones de la nueva teoría del valor restringieron sus estudios, durante casi medio siglo, a los problemas relacionados con el cambio directo y abandonaron el tratamiento de la moneda y el crédito a prácticos desconocedores de la economía política. Hubo tratados sobre cataláctica que se ocuparon sólo incidentalmente y de pasada de los asuntos monetarios, y hubo libros sobre moneda y crédito que ni siquiera trataron de integrar estas materias en la estructura de un sistema cataláctico. Finalmente se desarrolló la idea de que la doctrina moderna del valor, la doctrina subjetivista o de la utilidad marginal, es incapaz de explicar los problemas del poder adquisitivo del dinero.
Resulta fácil comprender cómo, en las circunstancias expuestas, inclusive las objeciones menos defendible que presentaban los partidarios del inflacionismo quedaron sin respuesta. El patrón oro perdió su popularidad porque durante mucho tiempo no se hicieron esfuerzos serios para demostrar sus ventajas y para refutar los argumentos de sus enemigos.
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